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Brexit, el parto de los montes

Velia Govaere Vicarioli
Observatorio de Comercio Exterior (OCEX-UNED)

El referendo del 23 de junio de 2016 puso a los británicos a decidir algo hasta a ese momento impensable: salir de la Unión Europea, confraternidad de naciones en la que había participado desde 1973 y cuyo mercado único asegura el encadenamiento británico con la producción europea. Su pertenencia vinculaba al Reino Unido con la política comercial negociada en conjunto con sus socios. Los que abogaban por salir querían “independencia” comercial. Los que abogaban por quedarse entendían que solos no obtendrían mejores condiciones comerciales que como socios de Europa. Con una escasa mayoría prevaleció salir. Ese movimiento, conocido ahora como “brexit”, fue, sin duda, la decisión más trascendental de su historia contemporánea.

La consulta popular retrató un Reino Unido dividido en partes casi iguales. El 51,9 % de los británicos eligieron abandonar el proyecto de la Unión Europea (UE), pero un 48,1 % % votaron por quedarse. En esos votos se desdibujaron las líneas partidarias y se mostraron otras brechas: nacionales, territoriales, generacionales y educativas. Aparecieron las asimetrías regionales, las diferencias nacionales, el contraste entre áreas rurales y urbanas, el nivel educativo de los votantes y las brechas generacionales. Todas esas grietas dibujaron el mapa de las disconformidades con el estatus quo existente.

El brexit planteó un dilema democrático para los que querían quedarse. La sabiduría convencional plantea que la ruptura con la UE es una opción aciaga, pero esa votación, por desatinada que haya sido, fue una decisión democráticamente expresada, a pesar de su escaso margen de victoria. Desde entonces, el problema ha sido respetar el veredicto de las urnas, al tiempo que se buscaba una salida con el menor daño posible.

Frente a semejante decisión disruptiva, lo lógico habría sido buscar un rumbo de salida políticamente consensuado. Es lo que podía haberse esperado de la madre de la democracia parlamentaria. No se hizo. Omisión grave, máxime que el resultado de las urnas sorprendió a todos sin posiciones claras. Sin rumbo de negociación, el 29 de marzo del 2017, el gobierno británico solicitó la implementación del artículo 50 del Tratado de la Unión Europea, que establece dos años para negociar la salida. El futuro revelaría que la discordancia entre opciones era más aguda que entre el simple “salir o quedarse”. Entre todos los nublados, terminó siendo claro que no existen, fuera de la UE, mejores condiciones económicas y comerciales.

El debate de hoy es entre una ruptura abrupta, que asusta porque se queda en el aire, y una ruptura negociada, que el brexit no termina de encontrar. Se tiene consciencia de lo que se juega: recesión, desempleo, devaluación, escape de inversiones, disrupción de cadenas de valor y restricciones a las exportaciones al continente europeo. En breve: el caos.

El resultado de las negociaciones es el Acuerdo de salida que Theresa May concertó con la UE y que viene, desde febrero, demandando ratificación del Parlamento británico. A nadie entusiasma ese Acuerdo y ha sido tres veces rechazado. Su fracaso revela lo que debió haber sido evidente, desde el comienzo: no hay forma de salir de la UE que sea mejor que estar dentro de ella.

El acuerdo May comienza con una Unión Aduanera provisional, compartiendo mercados, sin política comercial propia y sin tener voz ni voto en futuras negociaciones. Durante su vigencia se negociaría algo más definitivo, cuyos rasgos no se perfilan todavía, pero que se parece mucho a… una Unión Aduanera.

Y ese es el dilema: una Unión Aduanera es mucho menos de lo que se tiene ahora. Esa sería la “gloria” del brexit: perder lo que se tenía y no obtener lo que se quería. Por eso, se perfila un nuevo movimiento ciudadano que todos los partidos quieren ignorar: un nuevo referendo, para rectificar el falso curso al que empujaron los demagogos populistas.

Imposibilitados de encontrar, en la fecha prevista para la salida, una ratificación parlamentaria al Acuerdo May y asustados frente a la perspectiva de una salida brusca, ya van dos prórrogas solicitadas.  El 31 de octubre del 2019 es la “última” fecha límite. Las elecciones al parlamento europeo sorprendieron a los británicos todavía dentro de la UE y sus partidos se están viendo obligados a presentar candidatos a un parlamento en el que no ejercerán sus curules porque estarán fuera. Esas son las grandes paradojas. A no ser que en la puerta del horno se queme el pan y, al final, decidan simplemente quedarse. El brexit se resume en el viejo dicho latino: Parturient montes, nascetur mus (Del parto de las montañas nació un ratón).

 
El TINTERO -  Mayo 2019 - Pág. 28