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POR VELIA GOVAERE - 22 de Mayo 2019

https://www.nacion.com/opinion/columnistas/pagina-quince-europa-en-tiempos-de-zozobra/2AAOO7HIHBDMHNRC4QKHJWX3SE/story/


Los países de la Unión Europea elegirán a partir de este jueves a sus 751 eurodiputados, incluidos los 46 del Reino Unido, en momentos de grandes desafíos.

Nada más peligroso que la indecisión en tiempos de amenaza. El proyecto europeo arriesga hesitación en su hora de mayor incertidumbre. Las elecciones al Parlamento Europeo están a punto de promover fuerzas de parálisis en momentos de grandes desafíos.

La visionaria integración política europea nació entre los escombros de dos grandes guerras en el corto espacio de 30 años. Pero de las cenizas de la enemistad nació un sentido común de destino. Su fuerza tuvo un formidable élan vital. Partió de unificar mercados, su mayor logro indisputable.

Aboliendo fronteras, construyó historias de encuentros, en las cuales solo se habían repetido cegueras y encunas. Aprovechando el derrumbe de murallas ideológicas, su impulso abrazó a más países, imparable en su poder creador de espacios de desarrollo humano, aunque sin mucha reflexión sobre la frágil infancia democrática de nuevos miembros.

Esa ambición civilizadora abarcó 27 países y estuvo a punto de amalgamarlos en una sola entidad política. El vuelo de esa ave surgida de cenizas es culturalmente irreversible. Una aplastadora mayoría siente tan importante su identidad europea como su identidad nacional. ¡Increíble!

Burbuja de Bruselas. Pero esa profunda identificación es más el sentido colectivo de hermandad que se ha desarrollado que un apego con la estructura formal del resto de la enchilada burocrática galo-teutónica, que no supo de prudencia moderadora.

Una burocracia autocomplacida se encerró en la “burbuja de Bruselas” que alimentó organismos supranacionales, en deriva utilitaria, a despecho de preocupaciones ciudadanas y locales.

Con el euro, se creó una moneda común entre competitividades asimétricas. La ausencia de política fiscal colectiva convirtió a hermanos en acreedores, unos, empoderados de las instituciones comunes, y, otros, en deudores sometidos a una austeridad forzada fuera de su control. El sentido de comunidad quedó perdido entre ganadores de esa apuesta unificadora y pueblos al margen del progreso. Entre esas grietas renacieron las fuerzas disruptivas del orden europeo. En los extremos de izquierda y derecha, la miopía nacionalista sacó la cabeza.

“La respuesta no es menos Europa, sino más Europa”, dijo Schäuble, ministro de la Alemania acreedora. ¿Qué quería decir? Probablemente, mayor integración política bajo dominio teutón. Eso no sonó bien en los países deudores y en regiones olvidadas, donde la austeridad vio el retorno del hambre, la desigualdad y el descontento vestido de amarillo. Era hora de reflexión. Pero el statu quo complacido siguió impertérrito en desbocada borrachera reguladora. Su resistencia al cambio llevó a la consolidación de extremismos en el sur y, en el Reino Unido, al disparate desintegrador del brexit.

Con esos flancos abiertos al proyecto político europeo, llega el escepticismo nacionalista con más fuerza que nunca a sus elecciones parlamentarias.

Casa tomada. Esa es la paradoja europea. El poderoso sentimiento de identidad comunitaria está acompañado de indiferencia, recelo y desafecto con sus instituciones. Pocos organismos se encuentran más alejados de ciudadanos y más cerca de élites que el Parlamento Europeo, elegido por voto directo desde 1979. Bruselas es una ciudad de grupos de presión. Sumergidos en su burbuja, 751 eurodiputados, 63 % varones, están acosados por 82.000 lobistas inscritos para ejercer presión sobre ellos. Rodeados por grupos de interés, los eurodiputados están a merced del cabildeo corporativo. ¿Y el pueblo? Ese solo votó para elegirlos.

Con esa sensación de irrelevancia local, ha venido creciendo el abstencionismo, hasta un 43 %, en promedio, en el 2014. En países como Eslovaquia, no llegó al 15 % y en República Checa no alcanzó el 20 %. Pero esa indiferencia ciudadana no alentó influencias renovadoras.

El statu quo del entramado europeo se sostenía en una coalición a la derecha e izquierda del centro político, que gobernó por 40 años. Esta vez perderá la mayoría porque los sistemas nacionales de partidos han perdido empuje y cobrado aire las corrientes populistas euroescépticas.

Los movimientos nacionalistas se habían mordido la cola con preocupaciones de populismo chatamente local. Eso les impedía una política supranacional e influir en la UE. Migración y austeridad fiscal, derivados inconsultos desde la cúpula europea, se han convertido en preocupaciones primarias y han permitido a los populismos trascender fronteras. El peligro es que logren una agenda común en la esfera parlamentaria.

Euroescepticismo. Esas corrientes euroescépticas ya dan soporte, forman parte o amenazan tomar el gobierno de 11 países de la UE. Algunos ponen en entredicho principios básicos de convivencia democrática y del Estado de derecho.

En Italia, el populismo socializante no tuvo empacho en formar gobierno con el nacionalismo xenófobo. Con esa monstruosa quimera, ya todo es posible. En el siguiente Parlamento, arriesgan tener más de un tercio de eurodiputados.

Eso no significa que podrán dar nuevo curso a la política de la UE. Pero, dado el tipo de mayoría calificada requerida para muchas decisiones importantes, ese umbral del tercio parlamentario les faculta bloquear, inmovilizar y disrumpir. Mal momento para parálisis frente a los retos que emplazan a Europa.

A la globalización amenazada y al proteccionismo con nuevos bríos, se suma la política errática de los Estados Unidos, que debilita la alianza de seguridad europea. China, por su parte, pone en entredicho el peso de Europa en el mundo. Para no hablar de desafíos tecnológicos disruptivos y urgencias climáticas que requieren decisiones colectivas difíciles, impopulares y perentorias.

Los desbocados flujos migratorios agobian su capacidad de acogida. Esas son algunas de las tribulaciones que enfrenta un continente en transición, económicamente estancado, agobiado por descontentos internos y asediado por amenazas externas. En momentos así, el resurgir en las urnas de sus miopías de antaño debilita a Europa en tiempos de zozobra.

 
La autora es catedrática de la UNED.