LLM. Velia Govaere Vicarioli
Coordinadora OCEX-UNED
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La primera víctima apareció en Baja Sajonia, pero el asesino había entrado días antes, por la cocina. El 24 de mayo, con las primeras defunciones, estaban ya en peligro de muerte centenares de personas, contaminadas en días anteriores. Todavía no había ningún sospechoso. Las autoridades, que hasta entonces no habían calculado la extensión del daño, se precipitaron frenéticas tras la búsqueda del foco infeccioso.
Centenares de pacientes llenaban los hospitales, a un ritmo jamás visto para este tipo de infección. Los investigadores entraron en las casas de las víctimas, revisaron facturas y tarjetas de crédito, registraron cocinas, examinaron costumbres. La evidencia apuntaba a una fuente infecciosa que había extendido su sombra amenazante a todo el norte de Alemania. Los días siguientes mostraron que el daño llegaba más lejos.
Contaminación. Al profano su nombre dice poco. Se le conoce como ECEH (Escherichia coli enterohemorragica), su medio de transmisión es comida contaminada y su desarrollo temible: diarrea incontenible, paso de toxinas al flujo sanguíneo, afección de los riñones (síndrome urémico hemolítico), con posible colapso, envenenamiento de la sangre y muerte. No existen vacunas y su tratamiento prohíbe el uso de antibióticos. Se debe dejar que los pacientes eliminen los patógenos de forma “natural”, pudiendo solamente hidratar o hacer transfusiones por 18/20 días, el tiempo que toma el cuerpo si sobrevive.
Las autoridades volcaron todos sus recursos para encontrar al culpable. Advirtieron a la población de abstenerse del consumo de hortalizas crudas. Toneladas de perecederos fueron destruidos con pérdidas que superan los 300 millones de euros. El 27 de mayo, Cornelia Prufer, autoridad de salud de Hamburgo, señaló como posible fuente de la infección a dos pepinos contaminados, de origen español, encontrados en un supermercado. Un tercer pepino transgénico contaminado no tenía origen claro y debió arrojar dudas sobre la procedencia real del daño. Pero el dedo acusador ya había sido públicamente levantado contra la producción española. Las fronteras europeas se fueron cerrando a vegetales españoles. Rusia se sumó a la medida, pero añadiendo, prudentemente, la importación de Alemania.
¿Era realmente culpable el pepino español? Las autoridades españolas se quejaron. Se había acudido a la prensa, sin prueba contundente del origen real de la infección y sin advertir primero a las autoridades comunitarias. Sus propias investigaciones apuntaban a que sus productos eran inocentes de esa infección. Eso no importó. La sospecha de un mal tan grave fue suficiente para que la producción perecedera española sufriera un golpe atroz.
Tres días más tarde, el pepino español fue parcialmente exonerado y la misma Cornelia Prufer anunció que la cepa del germen patógeno que desató la infección no venía de esos pepinos de España. No se sabe de dónde venía, pero todo apunta a que los vegetales contaminados pasaron por Alemania. La investigación comienza de cero. Ahora hay muertos también en Dinamarca y nuevos infectados en Suecia, Reino Unido, Holanda, Francia, Suiza y Austria. ¿Fue, como dicen los españoles, una contaminación en el proceso de distribución y no en suelo español? Todo es posible y lo único que se espera es que, después de la pifia, acusando la producción española, se tenga mucho cuidado en señalar culpables, sin pruebas fehacientes.
Rumores dañinos. ¿Qué habría pasado si se hubiera, por ejemplo, señalado un banano o un melón costarricense? El daño habría sido irreparable. Nuestras autoridades podrán decirnos que eso no habría sido posible, por los cuidados que se pone para cerciorarse de que nuestros alimentos exportados sean aptos para el consumo humano. Pero lo mismo podrían decir los españoles, posiblemente con mucha más razón y tradición que nosotros.
La verdad es que cualquier país puede ser víctima de una acusación prematura, emanada al calor de una tragedia. De esta desventura que todavía no termina y que se sigue extendiendo por Europa, no se tiene aún culpable cierto. Si, por una parte, no se puede evitar una acusación falsa, sí se debe, en cambio, cumplir minuciosos procedimientos que permitan probar la inocencia, con perfecta trazabilidad de cada producto nacional. Solo así se pueden aportar, como España lo está haciendo, fehacientes pruebas de descargo. Es la otra cara de la moneda del comercio, “al di là”, como dice la canción, de la mera apertura comercial.
Esta vez no fue China. La incidencia ocurre en el mercado agrícola más exigente del mundo. Ya un año antes habían tenido una grave contaminación con dioxina, de rancio origen teutón. Que nadie desprecie, entonces, la diligencia agrícola de nuestros pequeños países. Ya vemos que esto pasa en “las mejores familias”. Pero también se debe aprender que, sin importar la gravedad de un hecho, siempre debe imperar un juicio sosegado.
 
La primera víctima apareció en Baja Sajonia, pero el asesino había entrado días antes, por la cocina. El 24 de mayo, con las primeras defunciones, estaban ya en peligro de muerte centenares de personas, contaminadas en días anteriores. Todavía no había ningún sospechoso. Las autoridades, que hasta entonces no habían calculado la extensión del daño, se precipitaron frenéticas tras la búsqueda del foco infeccioso. 

Centenares de pacientes llenaban los hospitales, a un ritmo jamás visto para este tipo de infección. Los investigadores entraron en las casas de las víctimas, revisaron facturas y tarjetas de crédito, registraron cocinas, examinaron costumbres. La evidencia apuntaba a una fuente infecciosa que había extendido su sombra amenazante a todo el norte de Alemania. Los días siguientes mostraron que el daño llegaba más lejos.

Contaminación. Al profano su nombre dice poco. Se le conoce como ECEH (Escherichia coli enterohemorragica), su medio de transmisión es comida contaminada y su desarrollo temible: diarrea incontenible, paso de toxinas al flujo sanguíneo, afección de los riñones (síndrome urémico hemolítico), con posible colapso, envenenamiento de la sangre y muerte. No existen vacunas y su tratamiento prohíbe el uso de antibióticos. Se debe dejar que los pacientes eliminen los patógenos de forma “natural”, pudiendo solamente hidratar o hacer transfusiones por 18/20 días, el tiempo que toma el cuerpo si sobrevive. 

Las autoridades volcaron todos sus recursos para encontrar al culpable. Advirtieron a la población de abstenerse del consumo de hortalizas crudas. Toneladas de perecederos fueron destruidos con pérdidas que superan los 300 millones de euros. El 27 de mayo, Cornelia Prufer, autoridad de salud de Hamburgo, señaló como posible fuente de la infección a dos pepinos contaminados, de origen español, encontrados en un supermercado. Un tercer pepino transgénico contaminado no tenía origen claro y debió arrojar dudas sobre la procedencia real del daño. Pero el dedo acusador ya había sido públicamente levantado contra la producción española. Las fronteras europeas se fueron cerrando a vegetales españoles. Rusia se sumó a la medida, pero añadiendo, prudentemente, la importación de Alemania. 

¿Era realmente culpable el pepino español? Las autoridades españolas se quejaron. Se había acudido a la prensa, sin prueba contundente del origen real de la infección y sin advertir primero a las autoridades comunitarias. Sus propias investigaciones apuntaban a que sus productos eran inocentes de esa infección. Eso no importó. La sospecha de un mal tan grave fue suficiente para que la producción perecedera española sufriera un golpe atroz.

Tres días más tarde, el pepino español fue parcialmente exonerado y la misma Cornelia Prufer anunció que la cepa del germen patógeno que desató la infección no venía de esos pepinos de España. No se sabe de dónde venía, pero todo apunta a que los vegetales contaminados pasaron por Alemania. La investigación comienza de cero.

Ahora hay muertos también en Dinamarca y nuevos infectados en Suecia, Reino Unido, Holanda, Francia, Suiza y Austria. ¿Fue, como dicen los españoles, una contaminación en el proceso de distribución y no en suelo español? Todo es posible y lo único que se espera es que, después de la pifia, acusando la producción española, se tenga mucho cuidado en señalar culpables, sin pruebas fehacientes.

Rumores dañinos. ¿Qué habría pasado si se hubiera, por ejemplo, señalado un banano o un melón costarricense? El daño habría sido irreparable. Nuestras autoridades podrán decirnos que eso no habría sido posible, por los cuidados que se pone para cerciorarse de que nuestros alimentos exportados sean aptos para el consumo humano. Pero lo mismo podrían decir los españoles, posiblemente con mucha más razón y tradición que nosotros. 

La verdad es que cualquier país puede ser víctima de una acusación prematura, emanada al calor de una tragedia. De esta desventura que todavía no termina y que se sigue extendiendo por Europa, no se tiene aún culpable cierto. Si, por una parte, no se puede evitar una acusación falsa, sí se debe, en cambio, cumplir minuciosos procedimientos que permitan probar la inocencia, con perfecta trazabilidad de cada producto nacional. Solo así se pueden aportar, como España lo está haciendo, fehacientes pruebas de descargo. Es la otra cara de la moneda del comercio, “al di là”, como dice la canción, de la mera apertura comercial.

Esta vez no fue China. La incidencia ocurre en el mercado agrícola más exigente del mundo. Ya un año antes habían tenido una grave contaminación con dioxina, de rancio origen teutón. Que nadie desprecie, entonces, la diligencia agrícola de nuestros pequeños países. Ya vemos que esto pasa en “las mejores familias”. Pero también se debe aprender que, sin importar la gravedad de un hecho, siempre debe imperar un juicio sosegado.

 

Artículo en http://www.nacion.com/2011-06-03/Opinion/Foro/Opinion2798599.aspx